viernes, 10 de septiembre de 2010

Un peso.

Algunos lo llevan cargado en los hombros, otros en la espalda, otros en una mochila… pero yo lo tengo en mi bolsillo. Cada uno lleva el suyo hasta que se deshace de él, y aparece otro. No todos saben qué significa ese peso, yo sí sé sobre el mío.
Cambiar, sí, cambiar es lo que trato. Cualquier cosa menos ese peso, esa moneda en mi bolsillo. En la palma de mi mano el minúsculo metal brilla con sus destellos cobrizos. Trato de darlo vuelta pero no puedo. ¿Por qué? Porque es un peso específico, habrá miles de pesos similares, iguales en su fisionomía; pero cada uno tiene su significado único. Darlo vuelta no sería el mismo.
Ya sé, me decidí por ignorarlo. Empujo la presencia de ese milimétrico disco dorado hacia mi inconsciente. Los jeans se hacen más livianos, mucho más livianos. ¿Tan fácil era? Sí… No, meto la mano en el bulto de tela y ahí está de nuevo, enfriando la yema de mis dedos con su natural hipotermia. ¿Cómo volvió?
¿Volver? Nunca se había ido.
Pero yo sentí vacío el bolsillo; no estaba.
Eso creíste, ilusa.
Bueno, quizás ignorar no sea la mejor técnica. Arrojarlo, expulsarlo puede funcionar. Sí, probemos: asfixiado entre el índice y pulgar, el peso se eleva en el aire y sale disparado hacia algún lugar. Mi mano cae al costado de mi cuerpo. La miro. No puede ser. Está ahí de nuevo, ahora caliente de furia. Vuelve a la oscuridad de mi bolsillo y se enfría.
Me irrita, me enerva, me revienta. Qué problema. Sí, siempre lo fue pero ahora que no puedo pensar en otra cosa es un gran problema. No es la primera vez que no puedo resolver algo, pero jamás me lo había puesto a analizar así. Un problema del que no puedo deshacerme: lo ignoro, lo expulso, lo alejo de mi mente y no hay caso. Traté ya de resolverlo, de desatar esos nudos que lo tenían tan atascado en la incertidumbre, pero tampoco hubo caso. ¿Qué hago? No tiene caso, siempre que traté de darle la vuelta, vuelvo a lo mismo.
El tiempo, dicen, es el remedio a todos los problemas. Quieras o no, querido peso, el tiempo te va a borrar como sea…

Y así creo que fue. La irritante circunferencia con el sol de 23 rayos no está más… Meto la mano en mi bolsillo y saco una moneda. ¿Otra moneda? No y sí.
Ya la diminuta estrella dorada no me sonríe socarronamente, ya no; sino que ahora ella está aplastada contra mi palma, y quien se ríe de mí es el escudo,
la otra cara de la moneda;
la otra cara del peso;
la otra cara del problema.