lunes, 18 de abril de 2011

Hoy no voy a cenar.



- Mocosa de mierda
- Pero es verdad!
- Mocosa de mierda, callate la boca
- No me insultes porque yo no te insulté.
- Ah, no? Vos dijiste todas esas pelotudeces
- Es así o no es así? Tengo razón!
- Callate la boca, sos una mocosa de mierda.
- No me faltes el respeto porque yo no te lo falté-
- Quién te creés que sos?! Quién te creés que sos?!
Su postura había cambiado a un poco agachado, con las manos juntas debajo de su mentón y haciendo el típico gesto de incógnita. Su cara, parecía haber escuchado la ridiculez más grande del universo.
- Nadie, vos quién te creés que sos?
- Tu padre y vos mi hija.
- No significa que me faltes el respeto!
- Vos me tenés que tener respeto a mí y no yo a vos.
- Ah, no me tenés que tener respeto?
-Mirá, mocosa… lo que me estoy aguantando porque sino te cagaría a trompadas
Y de nuevo. Otra vez tenía que dejar que la bronca derivara en impotencia y revolucionara detrás de mi piel. La injusticia es una de las cosas que más me entristecen, y yo ahora tenía que aguantármela. Se me llenaron los ojos de agua, la voz me temblaba en la garganta.
- Yo también me estoy aguantando de decir todo.
- Y decilo entonces!
Me callé por unos segundos. Si digo que era peligroso no pensar las palabras dos veces antes de decirlas es porque realmente lo era. No es la primera vez que me amenaza verbalmente con pegarme o me insulta (una vez me levantó el puño y lo tuve a centímetros de mi cara). Decía que explotaría –si yo decía lo que sentí durante toda mi vida con él terminaría internada en un hospital- y, sin embargo, me provocaba. Incentivada impotencia creada por el miedo.
- Me aguanto, sabés por qué? Poruqe no soy un animal.
- Te recagaría a trompadas, pendeja de mierda.
Me hubiese encantado desafiarlo con un “bueno, hacelo”… pero no soy idiota. Generalmente cuando se desafía a otra persona con este tipo de cosas es porque uno tiene la certeza –aunque a veces puede sorprender- de que no es capaz de hacerlo… y justamente esa certeza es la que me faltaba.
- Sabías que recurrir a la violencia significa no tener suficiente argumentos para discutir?
Se había encaminado para el baño y cuando escuchó eso se dio vuelta. Juro que en ese momento me arrepentí enormemente de haber hablado. En menos de lo que dura una milésima de segundo imaginé el dolor de su puño estrellando mi cara. Me temblaron las piernas, no exagero. Giro mi cabeza y están mi mamá y mi hermano callados mirando el espectáculo –que de ficción no tenía nada. Ninguno de los dos hablaba, tampoco me miraban. Estaba sola, como siempre, frente a una fiera antropomórfica en plena revolución que, según la genética, es mi padre. Afortunadamente no me tocó, se contuvo y volvió a girarse. Por sus hombros tensados y sus puños cerrados supe que una gran parte de su cerebro le pedía otra cosa en vez de retirarse. Aplastando los talones contra el suelo marcó con estruendo su camino al encierro.
- No sigo discutiendo porque no se me cantan las pelotas hacerlo.
Y cerró la puerta, quedándose él con la última palabra. Miré otra vez a mi mamá y mi hermano, tampoco decían nada y sus caras parecían decir que yo estaba diciendo estupideces. Y ahí esa densa bola abstracta de descontrol obligadamente controlado me golpeaba las paredes del pecho y garganta. Bajé a mi cuarto y me encerré. En mi cabeza anoté una marquita más en la lista titulada como “razones para irme a la mierda”.