viernes, 26 de noviembre de 2010

¿Qué es la identidad? - Ensayo

Muchas veces nos preguntamos qué es la identidad. Algunos vuelcan este amplio concepto en lo que respecta a la apariencia; otros que consideran a la “esencia” –concepto frecuentemente usado pero que pocas veces es posible definirlo con certeza –como la mera identificación de nosotros mismos. Ubicándonos en la primera postura nos preguntaríamos ¿qué sucedería si nuestro aspecto facial cambia completamente? En cambio, desde la segunda postura nos preguntaríamos: manteniendo nuestro aspecto intacto, pero cambiando interiormente (por ejemplo, por pérdida de memoria) ¿seguiríamos siendo nosotros mismos? Éstas son preguntas que siempre generan un debate muy enriquecido de numerosos puntos de vista (teniendo en cuenta que esta disputa  es tan sólo una pequeña parte de lo que conforma la “identidad”). Basándome en cuatro ejes principales (cambio-permanencia, esencia-apariencia, individuo-comunidad e inclusión-exclusión) voy a presentar, en este ensayo, mi opinión respecto a lo que considero como identidad. Tomaré para ello diversos pensamientos filosóficos de varios autores. Tomaré de ellos sus conceptos y  justificaré –dependiendo de mi punto de vista –si estoy de acuerdo o no, formando así una opinión sobre una base argumentada.
Volviendo a la pregunta inicial sobre la apariencia y la esencia, quiero explayarme un poco acerca de lo que yo considero como identidad. Dos antiguos filósofos griegos, Heráclito y Parménides, pudieron dar una explicación metafísica para entender al ser humano como un individuo único, con personalidad propia. Ambos relacionaron estos dos conceptos al cambio y permanencia de la cosas, punto en que ambos colisionan por ser opuestos. El primero, planteaba el cambio constante de las cosas, el correr del tiempo. “No te podrás bañar en las mismas aguas dos veces” pues lo que era antes ya no será lo mismo ahora ni en el futuro. Todo está en permanente cambio (paradójica la combinación de palabras)… entonces ¿qué nos queda a las personas si todo cambia? ¿no soy, acaso, la misma persona que empezó a escribir este ensayo? ¿Si un río cambia porque sus aguas cambian, en dónde está la identidad del río? ¿Dónde está su esencia? Esta misma pregunta puede ser aplicada a cualquier ejemplo. Y es aquí donde decido tomarme en ciertos puntos de Parménides. Él planteaba todo lo contrario: la permanencia de las cosas. Para él todo es extremista: ser o no-ser, existir o no existir, ente o no ente. Esto último, el ente, tiene ciertas características que lo definen y diferencian del resto de las cosas: es inmutable (no está sometido al cambio, a diferencia de Heráclito), es único, es permanente, es ingénito (no “nació” ni se creó, está desde siempre porque el simple hecho de aparecer implica un cambio), es imperecedero (si es ente, fue, es y será siempre ente), es atemporal (eterno por la falta del pasaje del tiempo, eternamente permanente) y es indivisible. Respecto a estos adjetivos, tengo varias cosas para objetar. Cuando califica al ente como “inmutable y permanente”; yo creo que nosotros sí cambiamos. Varios acontecimientos en la vida nos llevan naturalmente (y a veces involuntariamente) a reestructurar nuestra forma de ser, de pensar, de actuar. Por ejemplo, un golpe sentimental, ya sea la pérdida de un ser querido o un secuestro, por ejemplo, puede cambiar por completo la vida (la forma de mirar la vida) de una persona. Otro punto a refutar: “el ente es ingénito” es decir, nunca fue creado. No refiriéndome al nacimiento biológico de una persona (pues todos sabemos que no estamos en el mundo desde la eternidad ni que nos creamos por generación espontánea), considero que una persona como esencia nace, crece, se desarrolla, cambia. La personalidad, un rasgo muy importante para determinar la identidad, se forma con el correr de los años, de la historia personal, y al mismo tiempo que el mundo exterior avanza. Entonces ¿en qué coincido con Parménides finalmente? Coincido en que hay cierta esencia que permanece constante en los individuos. Retomando las preguntas de comienzo de párrafo, ahora puedo elaborar mi propia respuesta: Cambiamos nuestra apariencia porque naturalmente es así, o también por decisión propia o por accidente. Vernos al espejo y no reconocernos podría ser un punto de quiebre de lo que se llamaría “no-identificación”. La gente podrá sentirse chocado por tener que incorporar una nueva asociación de imagen-concepto. Sin embargo, por dentro seguimos siendo lo mismo. Ahora bien, también podemos cambiar en el interior, pero justamente es la identidad de cada uno lo que definirá cómo actuaremos frente a tales situaciones y cómo permitiremos que ellas nos afecten. Es decir, al punto al que quiero llegar es a un intermedio: podemos cambiar pero también somos permanentes.
Está bien, ya tenemos definido subjetivamente lo que creo que es la identidad respecto a nosotros mismos, como si estuviéramos frente a un espejo. Pero, ¿qué hay respecto a los demás? ¿Seguimos siendo nosotros cuando nos encontramos envueltos por otras personas, diferentes o iguales a nosotros? Siguiendo la alegoría del espejo ¿qué pasa cuando detrás de nosotros se suman personas? ¿Nuestro reflejo sigue siendo el mismo? Tomaré la definición de un movimiento ideológico para basar mi respuesta: para el existencialismo, “la vida de alguien se ve influenciada por el mundo exterior, llevado por las masas, que reproduce y copia y que no tiene pensamiento crítico ni autodominio y que por lo tanto no es libre”. Permítanme intercalar en estas líneas mi opinión: sí, nuestra vida es en parte producto del mundo exterior. Desde las personas más cercanas a nosotros hasta algún acontecimiento mundial puede afectarnos emocional o socialmente en nuestra vida. Llegando a un caso extremo para ser clara, en el caso de un hijo maltratado por sus padres, quienes le insertaron en esa joven cabeza inocente que es un inútil, que no sirve para nada, el niño de grande muy probablemente tendrá problemas de autoestima, falta de seguridad en sí mismo, desconfianza en los otros. Ahora bien, la frase recién citada entra en decadencia a mi parecer: “…reproduce y copia y que no tiene pensamiento crítico ni autodominio y que por lo tanto no es libre.” Todos somos un individuo, uno en sí mismo y a la vez un individuo igual políticamente a otro, uno en otros. Tenemos nuestra propia identidad y en conjunto con otros formamos una identidad grupal, étnica en casos específicos. Si nosotros fuéramos incapaces de decidir ¿entonces cómo avanza “la masa” en decisiones? Si todos fuéramos inertes, vencidos por la inercia de estar en reposo, o por contrario, a seguir “al pelotón” ¿cómo haría ese mismo grupo de gente para tomar decisiones? Yo pienso lo opuesto al existencialismo en este punto: no somos incapaces de tener autodominio y nos dejamos llevar, sino que, al contrario, todos tenemos esa capacidad humana de tomar decisiones y de optar entre diferentes opciones según nuestros gustos, preferencias, conveniencias, etc. Esto es lo que enriquece a un grupo determinado, estos pequeños aportes individuales son los que hacen que un aglomerado de entes sea más que eso, que sea un conjunto heterogéneo pero al mismo tiempo con identidad propia. Cada uno conforma al todo, y no el todo al uno. Sin uno no hay un todo. Acá parezco contradecirme, pero permítanme amoldar mi respuesta: nosotros somos producto de “lo de afuera” pero al mismo tiempo nosotros mismos conformamos ese “afuera” aunque no nos demos cuenta. Quizá no en un principio, cuando recién estamos tratando de encontrar un lugar propio en lo que se llama “mundo”; pero cuando encontramos la comodidad y seguridad, podemos influenciar potencialmente la dirección de nuestro círculo social. Para reforzar esto último, con una simple observación puedo dar por finalizada mi argumentación en este rubro: Copérnico, Einstein, Newton, Colón, Napoleón, Perón… son figuras, personalidades (fíjense en esta forma de apelarlos, se refiere directamente a la esencia de uno mismo) que cambiaron la historia. Son una persona que pudo ir en contra del pensamiento contemporáneo a su época para imponer sus ideales. Una persona que decide tomar la iniciativa para el cambio, como por ejemplo Perón, que logró mover masas y masas de miles de personas en menos de lo que dura una vida (y aún siguen movilizándose) –con esto no quiero resaltar ninguna connotación política, es sólo un ejemplo. Termino este párrafo afirmando –según pienso yo- que crecemos nutriéndonos de los otros y, simultáneamente, los otros crecen nutriéndose de nosotros.
Ya la definición de identidad está tomando forma, pero falta aún un elemento que tiene que ver completamente con “el otro”. ¿Qué podemos decir respecto a pertenecer a un grupo, a una tribu urbana (como ahora se dice)? ¿Qué es esto de estar incluido o excluido de la sociedad o de un círculo social? Este tema me hace recordar mucho a un escritor argentino célebre, Jorge Luis Borges, quien tenía una fascinante obsesión por lo que se refiere a la identidad y al verse reflejado en el otro. Yo creo que en el momento en el que hacemos “click” y encajamos en cierto grupo, es porque en algún sentido, por más minúsculo que sea, nos sentimos identificados con los otros. Vemos en el otro un espejo de nosotros mismos que a la vez no refleja exactamente nuestro rostro, pero lo que nos transmite es la misma sensación. En un cuento breve “El Fin”, Borges le da un cambio al final de la novela Martín Fierro, haciendo un cambio espectacular de roles de los personajes: el Moreno, quien acusaba a Martín Fierro de asesino, termina matándolo y, así, pasa a convertirse él en un nuevo Martín Fierro. De este modo la esencia de éste último se traslada a la del primero. Podemos trasladar este hecho (no tan exagerado y dramatizado) a lo cotidiano: un ejemplo muy simple pero corriente puede ser cuando algún amigo nos cuenta algún problema o conflicto. Lo escuchamos, tratamos de entender y razonar con aquél para encontrarle una solución. Pero ahora, si da la casualidad de que nos ocurrió algo similar, de modo que podamos ponernos en su piel, en sus zapatos, a la hora de dar consejos uno va a estar mucho más compenetrado con la situación, podrá darle un toque personal al asunto (por la experiencia previa). Si esto lo generalizamos un poco, naturalmente nos sentimos incluidos en ciertos grupos por tener cosas en común. Estas cosas pueden abarcar desde objetos materiales hasta anécdotas de la vida. La sensación de exclusión nos remite a no ver en el otro esa “conexión”, ese reflejo de uno mismo explayado en la otra persona. En este sentido puedo utilizar la palabra “inclusión” como sinónimo “identificación”, y el antagónico sería lo opuesto (valga la redundancia). Sentirse identificado es sentirse comprendido, escuchado, cómodo, bien recibido con el resto de los integrantes.
Recorrimos varios aspectos, de modo que finalmente voy a terminar por pulir mi definición de identidad. Somos lo que ven de nosotros y algo más. Yo creo que hay una especie de barrera entre lo que demostramos ser (lo que ven de nosotros) y lo que creemos ser (lo que nosotros vemos de sí mismos). Me inclino más a decir que la identidad se encuentra en el interior de uno y no tanto en la apariencia, tanto física como lo que aparentamos ser, pues esta es cambiante y subjetiva. Lo que tenemos adentro (la personalidad, el carácter, la historia, el temperamento, etc.) son elementos que también cambian, pero con un dinamismo casi incomparable con lo anterior. Y creo que acá hay una argumentación recíproca: las cosas que requieren de más trabajo son las que tienen más peso, las más importantes; y al mismo tiempo, son más importantes porque requieren más trabajo en modificarlas. Si es difícil o duradero modificarlas, es porque es importante que mantengan cierta permanencia, constancia. Esto sería lo que yo llamo “marca personal”; si esto fuera cambiante, pues no existiría ese “sello” que tiene cada uno, que nos identifica. Esta marca es la que va a sumar, junto a otras, y dar por resultado a un conjunto de “marcas personales” que, sintiéndose incluidas entre sí (es decir identificadas entre sí)van a conformar la marca de un grupo. Es así cómo se parte de algo tan específico y detallista, y termina por ser tan importante en cosas tan generales y grandes. Para concluir, creo que la identidad es un punto medio entre lo subjetivo y lo objetivo; debemos tener en claro quiénes somos pero también tener en cuenta cómo influimos en los demás, qué repercusión causamos en ellos al ser integrantes de un conjunto, un todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario